domingo, 17 de febrero de 2008

"Cuando me toque a mi" - La otra cara de Quito

por: Daniel Gaona E.

Lo único seguro que tiene el hombre es la muerte. La vida no es más que la espera continua de la misma; miramos morir a otros y esperamos tratando de retrasar el día en que nos toque a nosotros.
La relación entre lo que un artista opina o cree y su obra es de alguna manera directa y constante; bajo este contexto, considero que la condición religiosa de Víctor Arregui, director y parte del elenco de esta obre cinematográfica, se manifiesta notoriamente. Sin lugar a dudas, cualquier quiteño que mira esta obra se siente identificado con escenarios y situaciones; y a la vez un poco angustiado ya que la realidad reflejada en la obra no escapa de ser un reflejo casi exacto de la vida en rutina constante de Quito. El mismo hecho de que la obra sea basada en el libro de Alfonso Noriega autor del libro "de que nada se sabe" nos faculta para analizarla desde aspectos y con técnicas literarias. La narración desde el punto de vista del tiempo es continua, no existen saltos de tiempo excesivos pero si una simultaneidad en el mismo al narrar desde uno u otro personaje. La forma de narrar es de alguna forma similar a la que encontramos en Juan Rulfo, poco a poco se van soltando datos que permiten al espectador armar la trama; esto se logra también gracias a que las historias parciales y los personajes se combinan de tal manera que casi todos participan de alguna manera en el desenlace del resto de personajes. Los personajes a su vez son todos lúgubres, oscuros y todos cargan una pena a cuestas. Si bien no existe de manera definida un protagonista marcado en la obra, considero que el doctor Arturo, médico forense del Hospital Eugenio Espejo es el personaje que más llama la atención por ese sarcasmo al hablar, sin dejar de lado sus aspectos físicos oscuros, fríos e impávidos y su personalidad deshecha y sin brío que en conjunto hacen de él un muerto en vida. Si recordamos los personajes oscuros de Allan Poe o del mismo Rulfo, estaremos de acuerdo con que los personajes de “Cuando me toque a mi” mantienen esa gama de pesadumbre y de oscuridad innata. Seguramente se debe a que ellos son parte de los “pobres o excluidos de la sociedad”: ladrones, asesinos, dueñas de prostíbulos, médicos forenses, homosexuales, etc.; y reflejan su vida dentro del contexto social propio: desde un contexto social no ajeno al nuestro y que aunque queramos tapar el sol con un dedo continua ahí. En lo que respecta al espacio podemos decir que si bien Quito es Patrimonio Cultural de la Humanidad y que tras un sin numero de remodelaciones (algunas de las cuales es mejor no hablar para no herir el orgullo quiteño) sus elementos arquitectónicos, históricos y culturales son significativos, el quito de la película es un quito lúgubre, oscuro, poco seguro, trágico. Si recordamos un poco los lugares en los que se sigue la trama, la mayor parte se da en los barrios de San Juan, de la parte alta del Quito colonial, el sector de la 24 de Mayo (“regenerada y todo lo que se quiera”) y el hospital Eugenio Espejo. Siendo honesto con la conciencia colectiva y la realidad los escenarios de la película se prestan para caracterizar al ambiente buscado: quito, capital de la delincuencia, la falta de seguridad social y pública, o quito, una ciudad latinoamericana de excelencia. Cuando me toque a mi es una película muestra de las carencias de una ciudad. No es de admirarse la penosa atención médica que se brinda en los hospitales, la falta de seguridad en las calles y lo único seguro para todos: la muerte. Las críticas a la religión y a la situación social son demasiado evidentes como para no ser notadas y nombradas. En varias partes de la cinta se critica a la religión católica caricaturizando de alguna manera esa fe ciega, ese arrepentimiento y perdón cuestionable en algunos casos y que todo católico nota ciertas partes de la obra de gran fuerza donde se critica directamente a la religión católica (no por simple adorno se coloca una cruz en el nombre de la obra): cuando se canta el himno de la Dolorosa en el “anfiteatro” mientras se brinda con vodka; cuando se habla de los establecimientos educativos católicos y de cierto abuso sexual por parte de los curas. O seguramente se notaron frases como: “hasta para entrar en el cielo se necesitan palancas”, “ahí siguen: por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa”. Hablando de las tomas podemos mencionar tres que resaltan; la primera es en el hospital cuando se encuentran el doctor, su hermano homosexual, y sus padres, todos mirando al vacío sin hablarse, entra el hijo, nadie lo nota; la segunda es la que se toma desde la ambulancia hacia el final de la película; y la tercera la del doctor sobre la camilla donde se colocan los muertos. Existen filmes que en algún momento abren tomas sobre el paisaje o lugar de escena; sin embargo eso le da cierta suerte de lentitud. Por el contrario, en esta obra el cambio de escenas, de lugares y de historias parciales es rápido (a veces excesivamente rápido) lo que logra una suerte de vertiginosidad a la obra. Por otro lado la innovación en cámaras no es notorio, las tomas son muy básicas (en la parte izquierda de la pantalla se mantiene en lo relevante de la toma). Hacia el final de la obra, se puede observar a Víctor Arregui como actor secundario. Existe un error de maquillaje evidente en la producción de la obra, sobre el personaje que sirve de campana para los ladrones, se nota el maquillaje excesivo bajo el ojo izquierdo. La canción sobre el final de la obra de los Fabulosos Cádillac, “basta de llamarme así”, bastante bien escogida, le da un ambiente melancólico en el que la mayoría se pregunta para sus adentros ¿Cuándo me tocará a mi?

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